lunes, 31 de enero de 2011

Voces





Enciendo la radio. Su anestesia no tarda en entrar por mis oídos dilatados. pronto su cálida voz me relata horrores lejanos y eso me hace apretarme más contra el asiento de mi coche. La sensación de seguridad es un espejismo tan frágil como el cráneo de un hombre golpeando contra la luna delantera tras un accidente.
Me asquea su civilización y la nuestra. No hay varias. Son el mismo perro con distinto collar. Unas más tolerantes que otras pero con mucha mierda bajo la alfombra. La diferencia tal vez radica en los esfuerzos por parecer menos mala que la del otro extremo del mundo. Observas todo lo que te rodea desde un único prisma, el que te han inyectado desde que eras un ser tan inocente que no temerías que un lobo lamiera tu mano.

Cuando te haces mayor, las cosas no suelen ir a mejor aunque la sensación de poder volar es tan fuerte que te olvidas de lo que pierdes en el proceso.

Creo que he elegido en mi vida lo que he querido y no he querido. He tenido esa posibilidad al menos, o eso me han hecho pensar.

Cuando pienso en que los efectos de la anestesia empiezan a desaparecer y con ello el dolor despierta de su letargo forzoso, cuando pienso en ello me viene de repente a la cabeza la idea de poder elegir, tener la opción de hacerlo. Esto incluye la opción de rebelarse contra el propio sistema, pero no quiero de momento, no me lo planteo a corto plazo. Recuerda, la anestesia.

Escucho entonces la voz, la cálida e incluso lasciva voz de la comentarista que desde la radio relata horrores lejanos con esa voz tan cercana que me quedo atónito escuchándola sin reparar en que más allá de los mares, las voces son muy dispares.

jueves, 20 de enero de 2011

Mi padre y el cambio

Mi padre no cambiará el mundo. Su transcendencia quedará impregnada en mis genes no en mis actos. Pocas veces intercambiamos miradas civilizadas cuando llegué a esa edad en la que me creía en posesión de toda la verdad.
Pocas veces intercambiamos ideas. El mundo era uno, tan sólo uno. Sin alteración de los colores conocidos.

Hubo una época en la que mi padre creía en la capacidad del hombre para cambiar las cosas. Fue una etapa fugaz. Después murió un padre y nació otro.
En esa etapa mi padre luchaba por sus compañeros. Creían en una utopia a sabiendas de que no triunfarían. Pronto se descubrió la verdad de la utopía. En cuanto el patrón apretó una boca hambrienta aquí y allí la turba volvió a su redil y mi padre quedó como cabeza de turco. Era el enlace sindicalista que todo trabajador quería a su lado. Fiel hasta la estupidez.

Tras eso todo cambió. Su mundo con él.

Con los años mi padre llegó a ser un importante empresario. Directivo de muchas entidades cuyos intereses asociativos tenían como fin último, transformar la sociedad para bien. El fin último lo llevaban hasta el extremo.

Fue una etapa de tensa y continua disputa. Él defendía los intereses del capital. Su hijo defendía sus intereses que tomaban del capital lo mejor y desechaba sus miserias. No hay equilibrio posible. Es una mentira. El sistema tiende a corromperse como bien aprendió mi padre hacia el final de su etapa como empresario activo.

Todas sus proclamas, todos sus anhelos de mejorar las cosas, de ver crecer nuevos proyectos se veían una y otra vez cortados de raíz por sus propios compañeros de cenas. Mi padre asistía a muchos congresos, participaba en reuniones con políticos y mediocres similares para traer cambios. Se lo pasaba muy bien. Parecía que estaba metido en algo gordo, algo realmente importante. Todos reían. Tanto con como sin él.

Lo que se aceptaba como algo coherente en dichas reuniones era luego enterrado por esos hombres de trajes caros y coches oficiales previo pago en especias a los de ciertos regalos para mirar hacia otro lado. Nada cambió. Todo permaneció igual. Salvo mi padre. Se fue apagando.

Su fe y esperanza en algo mejor murió con él.

He aprendido la lección. No mirar hacia delante sino al pasado. Ahí tengo todas las respuestas. Una de ellas es que mi padre creyó más en mi que en si mismo. Creyó más en las manos sudorosas de sus camaradas de barco que en los silencios prolongados de mi madre cada noche, durante cada año.

miércoles, 19 de enero de 2011

Mi padre y su camiseta blanca

Mi padre solía levantarse el primero durante los pocos días que paraba por casa. Me daba la impresión de que le producíamos alergia. No se lo reprocho. Le mirábamos como un extraño.

Solía desayunar una naranja, y café solo. Mojaba media barra de pan resesa del día anterior. Era su pequeño momento hogareño. Le escuchaba desde mi cuarto. Hacía mucho ruido. Era como si quisiera despertarnos para que le acompañaran en la mesa y no se sintiera solo en su propio hogar.

En alguna ocasión me levantaba malhumorado. Me acercaba a la luz de la cocina con el pijama viejo, descosido, tratando de luchar contra las legañas cuando me lo encontraba frente a mi con su camiseta blanca de asas, sus brazos largos y grandes, sus manos continentales y una gran sonrisa.

En esos momentos, un enano de apenas cuatro años le recordaba quien era. Su felicidad me parecía una burla. ¡Quería dormir!. Él, sentirse padre.

Mi padre siempre cerraba la puerta con llave al igual que mi madre envolvía sola, en papel de regalo, los juguetes de la Noche de Reyes.

Ahora ya soy mayor, demasiado. Apenas me reconozco. Apenas alcanzo a entender el motivo de este gozo al pronunciar en silencio, para mis adentros, te perdono. Tal vez por eso no puedo contener el lloro. Llega 7 años tarde.

domingo, 16 de enero de 2011

Mi padre y su herencia

Mi padre nunca fue una persona accesible. Hablar con él era como diseñar un complejo cuadro eléctrico. Nunca sabías por dónde te iba a salir el chispazo. Recuerdo que le gustaba beber en ocasiones especiales. La diferencia entre él y yo es que para mi cada noche es especial. Yo antes era abstemio, ahora soy un fiel seguidor del whisky. Mi padre siempre rechazó etiquetas de este tipo. Bebía para disfrutar mientras que yo bebo por imperativo. ¿Podría dejarlo?. Sí, pero no encuentro nada mejor a cambio.

Es la herencia de la sangre. No puedes escapar a ella. Todas tus promesas se diluyen en ella.

Mi padre nunca fue una persona amigable aunque con el tiempo le podías coger el punto. Sería algo así como tener a un Espartano a tu lado. Siempre leal y fuerte, insensible al dolor. El error no formaría parte de su vocabulario.

Debió tirarme por el acantilado para evitarme esto al que él desde su poltrona dorada de normas divinas, llama vida.

Me llama el fracaso con cada paso que doy. Le escucho vivamente a pesar de estar asi como estoy. Nada es real, ni siquiera yo. Eso le gusta. Verme fracasar dónde él triunfó.

Podrías clasificar a una persona por el número de contactos y llamadas que recibe semanalmente.

En mi casa no tengo teléfono. Mi padre era más del trato directo y de pagarlo todo en efectivo aunque no fuera dinero.

La palabra es lo más sagrado decía. En eso le doy la razón porque es lo que me separa aún a día de hoy de la bestia que podría llegar a ser. Esto es algo que debo aprender. En la calle no encuentras muchos libros perfectamente ordenados sino caos, caos absoluto en el abecedario.

sábado, 15 de enero de 2011

Mi padre

Mi padre no solía estar en casa cuando me acostaba. No solía estar en casa nunca, sin embargo, su figura era para mi motivo de veneración ciega. - "Sin el esfuerzo de tu padre no podríamos comer" - . No podía negarlo. Dependíamos de él para todo. Era para mi como una figura mitológica mitad humano mitad divino.

Las pocas ocasiones en las que su trabajo le permitía estar con nosotros trataba de hacer notar su papel como padre tanto para lo bueno como para lo malo. El camino más fácil para el exceso. Recuperar el tiempo perdido.

Era una costumbre sus gritos, su mal humor. El mundo giraba y giraba mientras él se quedaba atrás.

Mi padre me enseñó que el mundo se regía por unas reglas.Él era el claro ejemplo de ello. Leyes no escritas pero repetidas día tras día se iban grabando a fuego sobre mi conciencia, preparando el camino para la desesperación.

Mi padre me mintió, me estafó. El mundo que él me enseñaba bajo el prisma de sus normas, de las leyes propias construidas con sangre y esfuerzo sólo eran válidas para él mismo. Tardé años en descubrirlo. No fue fácil. Fueron muchos los malos momentos vividos, las traiciones inflingidas, pero acabé por entender que mi padre me engañó al hacerme creer que las cosas que sucedían a mi alrededor podían etiquetarse y juzgarse bajo sus normas.

El tiempo que trataba de recuperar con su familia también lo trataba de recuperar en su vida no adaptándose sino por el contrario, obligandonos a seguirle en sus dictados.

Mi padre con el tiempo desapareció y yo heredé el mundo con la enormidad que provocaba el miedo que veía por todas partes y que no tardó en adueñarse de mi.

viernes, 7 de enero de 2011

Podría

Podría taparte la boca con un beso
o con el más feo de los gestos

Podría apretar tus labios con mis labios
o con el más feo de los silencios

Podría, niña de voz resacosa
quemar todos tus sueños
con la ilusión brillando en mis ojos
o con el más burdo mechero

Podría tal vez todas estas cosas
pero no quiero

Porque tu beso aprieta mis labios
contra la roca que late dentro
en este silencio que ahora nos separa
entre tanto ruido y manifiesto
oculta la ilusión de un niño
tras el miedo.