Mi padre nunca fue una persona accesible. Hablar con él era como diseñar un complejo cuadro eléctrico. Nunca sabías por dónde te iba a salir el chispazo. Recuerdo que le gustaba beber en ocasiones especiales. La diferencia entre él y yo es que para mi cada noche es especial. Yo antes era abstemio, ahora soy un fiel seguidor del whisky. Mi padre siempre rechazó etiquetas de este tipo. Bebía para disfrutar mientras que yo bebo por imperativo. ¿Podría dejarlo?. Sí, pero no encuentro nada mejor a cambio.
Es la herencia de la sangre. No puedes escapar a ella. Todas tus promesas se diluyen en ella.
Mi padre nunca fue una persona amigable aunque con el tiempo le podías coger el punto. Sería algo así como tener a un Espartano a tu lado. Siempre leal y fuerte, insensible al dolor. El error no formaría parte de su vocabulario.
Debió tirarme por el acantilado para evitarme esto al que él desde su poltrona dorada de normas divinas, llama vida.
Me llama el fracaso con cada paso que doy. Le escucho vivamente a pesar de estar asi como estoy. Nada es real, ni siquiera yo. Eso le gusta. Verme fracasar dónde él triunfó.
Podrías clasificar a una persona por el número de contactos y llamadas que recibe semanalmente.
En mi casa no tengo teléfono. Mi padre era más del trato directo y de pagarlo todo en efectivo aunque no fuera dinero.
La palabra es lo más sagrado decía. En eso le doy la razón porque es lo que me separa aún a día de hoy de la bestia que podría llegar a ser. Esto es algo que debo aprender. En la calle no encuentras muchos libros perfectamente ordenados sino caos, caos absoluto en el abecedario.
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