martes, 31 de mayo de 2011

Turistas




Existen dos tipos de turistas. Los que pagan peajes o los que prefieren quedarse en sus camarotes.

Cada día en el que renuncio a visitar el paisaje de las palabras honorables, de las ideas preclaras, de las fuentes cristalinas sin fango que las enturbie, pago un peaje.

Cada día es un divorcio con mi parte menos mundana, aquella parte anciana donde los códigos son para todos iguales. Pago un peaje.

Cada semilla que dejo crecer en mi de rencor es un pellizco de amargura a este caldo humano formado por niño, hombre y anciano. Nos volvemos huraños con nosotros mismos y con el prójimo, no te digo. Pagas un peaje.

Sin embargo, las cosas y causas nos mueven. Nada permanece. Todo cambia. El paisaje que se aprecia por tu ojo de buey es una parte del todo que desde tu camarote se reducirá a la mínima expresión. Al final, pagarás un peaje.

Siéntate, ponte cómodo. Yo me bajo de este barco a la deriva con mi mochila al hombro a la búsqueda de nuevas buenas intenciones. Disfrútalo, estás a salvo de todo mal hasta que una noche te despiertes entre sudores fríos entre ruidos lejanos apagados. Es como si el sonido escapara del aire. Gritarás pero nada saldrá de tu boca. Aprenderás rápido a tener calderilla para los próximos años de peajes. Turista secuestrado. Pagarás peajes.

Me pondré a salvo de tu pesadilla, de mi pesadilla. Viajaré en busca de buenas intenciones con mi mochila llena de agujeros al hombro y una sonrisa de alivio por no haberme hundido contigo.

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