Creo que los pasos se aceleran en una cadencia sin igual, mientras la mano se esconde en el interior del bolsillo. Aprieta aire. No hay deseo de regresar a casa, esta noche bien valdría la tuya.
Sin embargo, el silencio es el mejor escondite para un don nadie. Es un buen lugar de encuentro para todos nosotros. Los que jamás nos comeremos el mundo.
A las 8, dentro de escasas horas me despertaré maldiciendo mi estúpida manía de no clavarme disciplina militar como terapia de choque. Cuando logre quitarme estas capas de pesadez escupiré entre diferentes fluidos el torpe trazado con el que esta noche malgasté el tiempo.
A las 9 cuando logre convertirme en algo productivo maldeciré por mi estúpida manía de no acabar lo que empiezo. Así será mi día, lento en la infamia, y la propia propaganda malintencionada que escribo.
Podré ganarme el derecho de comerme un bocadillo y una cerveza, pagar una pequeña parte de los recibos y tal vez, encontrarte en las escaleras dónde solías esperar a los niños del edificio. Si el ascensor está estropeado no pienses mal. No tendré más remedio que ignorarte al pasar a pesar de tu apertura de piernas y tu aroma tan bien intencionado.
Mientras me aproximo al portal de mi refugio pienso que tal vez sería buena idea dar una vuelta de esas largas sin destino fijo esperando a que la luz del día te duerma en las escaleras dónde solíamos jugar.
Pasan las horas y no logro levantarme. Pierdo un día de trabajo pero es en estos momentos dónde perder se convierte en su contrario.
Pasan las horas y no logro convencerme. Ayer subí directamente para mi refugio. No nos cruzamos pero en la puerta olía a ti, a ese perfume tuyo que solía masticar.
Logro ponerme de pié. La cama absorbió todos mis golpes y sudores. Tengo que irme...quemar este edificio vacío sin ti.
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