No hay lugar para la esperanza...entre tus brazos nunca la hubo y tú lo sabías cruelmente...me lo decías a cada instante con esa mirada perdida disimulada por la sonrisa más perfecta jamás dibujada por una mano agnóstica como la del que nos dejó aquí perdidos. No puede creer más en nosotros...ya no.
Malditas las convenciones de los malditos farsantes que dicen que lo socialmente aceptable está de moda. También en la época de los leones y circos las normas eran las que eran. Había oprimidos y opresores como en el circo de nuestra cama...un opresor convertido en esclavo de la oprimida disfrazada de esclava. Rompes el silencio. Te disculpas. Te odio. Maldita hipócrita. No, no te disculpes eso no, pienso...dices que te tienes que marchar...que en tu casa te extrañarán y todas esas mierdas tópicas sacadas de un manual obsoleto. Siempre me menospreciaste. Siempre dejé que me menospreciaras...creía que así creyéndote con el control de la situación todo sería más fácil...doblemente idiota.
Maldita estúpida. Cierra la puerta y llévate todas las colillas que apagaste sobre mi. Una tras otra por cada noche. Era tu precio. Una marca que sólo el mal tiempo podría curar. Ocultarlas del sol, de mi vista.
Ahora el silencio...el largo y sempiterno silencio. Es el único capaz de escuchar gratuitamente.
Mientras…continúa sin creer…no puede creer ya en nosotros ni yo en mí. He de matarme y volverme a construir y así para siempre hasta que el silencio deje de escucharme y volvamos a creernos las mentiras de la vida.
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