Me plagio continuamente tratando vanamente de reinventarme sin tener en cuenta lo patético de mis intentos por transcenderme, de que mi vocecita interior me diga lo bueno que soy, lo bueno de mi vida, que me mienta en definitiva menos cruel y mezquino.
Me plagio entre dolores estomacales heredados, llevo la marca del lado oscuro. Temo por los daños colaterales. No soporto estos dolores, me hacen pensar demasiado y a estas horas debería estar escuchando mis ronquidos. Me convierto en un ser huraño de sentimientos, no los comparto ni los ventilo temiendo por su rapto, por su despilfarro y así hasta llegar aquí, entre oscuras y luminarias mentales, con mi cabeza a punto de explotar me tomo ese bálsamo casualmente de moda en las barras de los bares llamado “ibuprofeno”. Un gran invento. Sólo pienso en él cuando duele. Me mancho las manos con sangre, mi nariz es la válvula de escape. Color rojo chirriante, me persigues hasta por las venas, me empujas un poquito más hacia el vacío de no tentarme, no tocarte, no buscarte, no anhelarte…eres una droga cruel.
El ser de perfil cabello parlante, pastas gruesas, es un cómplice perfecto, disuelve la pastilla blanca en la cuchara. Mira hacia mi desde su terraza, le devuelvo el gesto desde mi tejado naranja, con un mantel rojo a cuadros perfectamente desplegado, la nausea serpentea lentamente hacia mi apoderándose de las dudas, convirtiéndolas en sangre.
Gritan un “Despierta”, un “wake up” en lenguas más musicales, mientras tomo pastillas, me seco la nariz explotadora de tu pelo, contemplo los huecos en este mi tejado y descubro que la música deja de ser ya un consuelo. Levanto mi copa, pido otra ronda…Estáis todos invitados grito! Amigo, llénalo con mi cosecha, deja que el resto se emborrache mientras me diluyo entre las calles rumbo a mi casa perdida para muchos, insignificante para tantos, un palacio carente de grafitis caóticos. Llego a tiempo para sentarme, lavarme mi boca reseca de vino dulce, plantearme la necesidad o no de descansar u olvidar…dormir no es la solución, si tal vez exorcizarte, levantar un vasto muro de lamentaciones en los que tan sólo mis papeles decoren las grietas que cada amor mal cicatrizado provocaron sin derecho a réplica. No existe derecho parece a la queja, a desenmascararte o me, seamos unos pútridos estúpidos sonrientes y gritemos, camarero, otra ronda, mientras, me diluyo sin que nadie se acuerde de mi nombre.
Antes de irme, le doy las gracias señor por el ibuprofeno, ese gran invento. No hay de qué, para servirle…gracias le vuelvo a decir, algo “bueno” tiene el dinero, que no solo compra soledades acompañadas sino también sinceridad, aunque sea aparente. No miraré hacia otro lado no vaya a ser que tropiece y mi nariz vuelva a gritarme…
”Despierta! Déjate de estupideces, no ves que te pierdes!
Encharcado en sangre, las sombras al menos desaparecen respondo.
Ella esnifa con aguileña resignación otra jornada de desilusión…Mañana me cobijaré entre los que no juegan a la pelota vasca, los que simulan ser lo que suelen ser de 9 de la mañana a 9 de la noche. No es un reproche. Simulamos ser, y en eso…soy un alumno dogmatizado por la ironía. Simulamos ser, simulamos oler, leer, bailar, todo eso tu y yo, el mundo en general, el que grita o susurra promesas, todo excepto besar…en eso no hubo nunca duda. No vendo besos. La rutina y plagiarme será mi tabla de salvación y estas palabras, pastillas fuera del alcance de los bares.